A partir del reinado de Ashurdan II[1] (934-912 a. C.), el imperio neoasirio practicó una política de reasentamiento (también llamada "deportación" o "deportación masiva") de grupos de población en sus territorios. Con ello se lograba el control sobre una población vasta y variada, debilitando el lugar de origen del que se deportaba a la gente, dándole una nueva estructura imperial e integrando, en cierto modo, a la gente deportada en la cultura asiria en su nuevo lugar de asentamiento. Además, su realización no podía llevarse a cabo sin importantes consideraciones logísticas en cuanto a alimentos, refugio y protección, todo ello íntimamente ligado a la ruta seguida por la marcha.[2] La mayoría de los reasentamientos se hicieron con una cuidadosa planificación por parte del gobierno para fortalecer el imperio. Por ejemplo, se podía trasladar a una población para difundir las técnicas agrícolas o desarrollar nuevas tierras. También pudo hacerse como castigo para los enemigos políticos, como alternativa a la ejecución. En otros casos, las élites seleccionadas de un territorio conquistado eran trasladadas al imperio asirio para enriquecer y aumentar los conocimientos en el centro del imperio. En 1979, Bustenay Oded estimó que Asiria habría desplazado a unos 4,4 millones de personas (± 900.000 habitantes) en 250 años. El caso del traslado de los israelitas a finales del siglo VIII a. C., fue descrito en pasajes bíblicos y llegó a conocerse como el Cautiverio de Asiria.