Su condición de estilo extravagante (se definían sus motivos como ridículos, chabacanos, vulgares o absurdos) extendió el uso del término grotesco como sinónimo de tales adjetivos, incluso de lo irregular, grosero y de mal gusto. También se denomina así lo relativo a las cuevas artificiales.[5] La decoración con rocalla o rocaille (en jardinería e interiores respectivamente) es propia de estilos posteriores (el Rococó del siglo XVIII). Muy anterior es la utilización de monstruos en el arte medieval (gárgolas, canecillos); mientras que la fase final del Renacimiento, el Manierismo, tiene algunos ejemplos destacados de ello (Parque de los monstruos de Bomarzo). Lo grotesco terminó por definir una categoría estética diferenciada de la idea clásica de belleza, en oposición a la categoría de lo sublime.[6]
↑Real Academia Española. «grutesco». Diccionario de la lengua española (23.ª edición).
↑Real Academia Española. «grotesco». Diccionario de la lengua española (23.ª edición).
↑La vinculación de grotesco y sublime como par opuesto se explicita en Victor Hugo (citado en El enigma de las máscaras, pg. 256): Lo sublime sobre lo sublime con dificultad produce un contraste, y necesitamos descansar hasta de lo bello. Parece, por el contrario, que lo grotesco sea un momento de pausa, un término de comparación, un punto de partida desde el que nos elevamos hacia lo bello con percepción más fresca y más deseada. La salamandra hace resaltar la ondina, y el gnomo embellece al silfo. Podemos decir con exactitud que el contacto con lo deforme ha dotado a lo sublime moderno de algo más puro, de algo más grande que lo bello antiguo, y debe ser así.