Las inclusas, o también llamadas casas de expósitos o casas-cuna, eran establecimientos de beneficencia en que se acogía, albergaba y criaba a los niños expósitos abandonados en las puertas de este tipo de instituciones o repudiados por sus progenitores, con el objeto de salvar la vida de estos niños y disminuir el impacto del infanticidio debido a la pobreza u otras causas. A este tipo de asilos llegaban niños abandonados en las calles de las ciudades o en las mismas puertas de la inclusa de forma anónima, pero también se daban casos en los que los progenitores no podían cuidar a sus hijos y los dejaban al cuidado del asilo durante un tiempo; o incluso casos de recién nacidos cuyas madres estuvieran ingresadas en un hospicio y estos se quedaban en las inclusas hasta que sus madres fueran dadas de alta o murieran y fueran reclamados por un familiar.[1]
El primero de estos asilos de los que se tiene constancia es el de Milán en el año 787, seguido de otros como los de Trèveris o Montpelier; fundados sobre todo a través de organizaciones eclesiásticas.[2] A medida que se fueron extendiendo, sobre todo en las grandes ciudades, se dedicaron a garantizar la alimentación de los lactantes y a la alimentación y educación de los niños que sobrevivían; a los que se les enseñaba un oficio y finalmente se los abandonaba a su suerte por lo general a los ocho años de edad.[3]
La etimología del término proviene del nombre de una imagen de la Virgen: Nuestra Señora de la Inclusa, que presidía la casa de expósitos de Madrid, y que se trajo en el siglo XVI de la isla holandesa de Sluys (que en idioma flamenco significa esclusa).[4]