Literatura juvenil es aquella especialmente dirigida a lectores que atraviesan por la juventud, si bien no exclusivamente.[1] Este concepto va a menudo unido al de literatura infantil, enunciándose como literatura infantil y juvenil, si bien guardan algunas características diferenciadoras entre ellos.
Son narraciones dirigidas a un público joven, no infantil, no adulto. Quizás desde los 12 hasta los años que se precisen para que el lector pase de la etapa de lectura transparente y sin dificultades a ser un lector adulto, no en edad, sino en aceptar la complejidad del texto literario. [2]
Pero, ¿dónde empezaría y dónde acabaría el calificativo “juvenil”? La adolescencia es una etapa vital cuyo reconocimiento social es todavía reciente: antes del fin de Segunda Guerra Mundial se pasaba de la infancia a la juventud directamente, porque el inicio de la edad laboral era muy temprano; incluso, educativamente, en muchos países no se ha reconocido la adolescencia hasta que no se ha extendido la educación obligatoria alcanzando una edad más avanzada (vid. Lluch 2003a: 35).[3]
El principal obstáculo con el que nos encontramos al hablar de literatura juvenil (LJ) es el de diferenciarla de la literatura infantil (LI), puesto que a menudo ambas literaturas se han solido integrar bajo la denominación global de literatura infantil y juvenil (LIJ), (algún autor, por ejemplo Enzo Petrini, ha utilizado el término de literatura juvenil para abarcar también la infantil). Tal vez el carácter transitorio, breve y, en muchos casos, inaprehensible, que desde el punto de vista psicoevolutivo ofrecen la adolescencia y la juventud como edad de paso desde la infancia a la madurez, haya complicado aún más una definición satisfactoria de la literatura juvenil, desde la perspectiva concreta del receptor literario.[4]
A este tipo de literatura se le ha querido tradicionalmente dar unas funciones tanto de entretenimiento, como didáctica y de formación del hábito lector.[5]
Los temas tratados en la literatura juvenil no difieren en mucho de los de la literatura de adultos (amor, tragedia, guerra...) si bien se les da un tratamiento bastante más lineal tanto a estos como a los personajes, siendo estos últimos de poca variabilidad psicológica. Esta interiorización se minimiza dando mayor importancia a la acción que a la caracterización psicológica de los personajes. Asimismo, los personajes suelen ser creados para que el público lector pueda identificarse con ellos, especialmente los protagonistas.[2] Sin embargo, algunos autores han señalado lo conveniente de que esta literatura, por su carácter de experiencia y la influencia que tiene en los lectores, ha de elegir cuidadosamente sus temas. Se suele señalar como tema genérico la búsqueda de identidad del protagonista, a la vez que la identificación del lector con él.[5]
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