La pintura en Brasil nació con los primeros registros visuales del territorio, naturaleza y pueblos nativos brasileños, realizados por exploradores y viajeros europeos cerca de cincuenta años después del descubrimiento. Los indígenas ya realizaban, desde hace mucho tiempo, algunas formas de pintura sobre el cuerpo, en paredes de cuevas y en objetos, pero su arte no influenció la evolución posterior de la pintura brasileña, que pasó a ser dependiente de patrones traídos por los conquistadores y misionarios portugueses.
Durante el siglo XVII, la pintura en Brasil ya experimentaba un gran desarrollo, aunque difuso y limitado al litoral, que desde entonces conoció un progreso ininterrumpido y siempre con mayor rapidez y sofisticación, con grandes momentos importantes: el primero durante el apogeo del barroco, con la pintura decorativa en iglesias; después, en la segunda mitad del siglo XIX, con la actuación de la Academia Imperial de Bellas Artes; en la década de 1920, cuando se inicia el movimiento modernista, que tuvo éxito en introducir un sentido de genuino brasileño en la pintura producida en el país, y en tiempos recientes, cuando la pintura brasileña comienza a destacarse en el exterior y su sistema de producción, enseñanza, divulgación y consumo de la pintura está firmemente estabilizada a través de muchos museos, cursos universitarios y escuelas más pequeñas, exposiciones y galerías comerciales, además de ser una actividad que cuenta con incontables practicantes profesionales y novatos.