El vampirismo clínico es un trastorno mental, una parafilia caracterizada por ser asociada con una necesidad compulsiva de ver, sentir o ingerir la sangre, existiendo o no, el autoengaño creencial de ser un vampiro.[1][2]
Aunque en la literatura médica se trata el tema hace más de cien años, la bibliografía es escasa. El vampirismo fue propuesto formalmente como afección clínica particular en 1985 por Herschel Prins,[3] y en 1992 el psicólogo Richard Noll describió sus características con el nombre de Síndrome de Renfield.[4][5] El trastorno propuesto no está incluido en el CIE-10 ni ningún otro manual diagnóstico.
A finales de la Edad Media se produjo una histeria colectiva respecto del vampirismo. Todos los que creían ser víctimas de vampiros atribuían su existencia mediante causas medicinales de las cuales no había pruebas científicas, pero verificadas por el pensamiento mágico, como una negación del racionalismo.
Enfermedades como la lepra, la porfiria, la rabia, la catalepsia, y la tuberculosis eran asociadas al tema del vampirismo y las comunidades accedían sin ningún tipo de escrúpulos a profanar tumbas verificando la calidad de los cadáveres incorruptos.
Los habitantes de la Europa medieval, en plena histeria colectiva, solían clavar una estaca en el cadáver (en el corazón, debido a las creencias populares), para la verificación del finiquitado vampiro post mortem. Al momento de ser atravesado por una estaca, el cadáver emitía una "exhalación", causada por el movimiento del aire y gases atrapados en el cuerpo (muchos fallaban al clavar la estaca, y perforaban el pulmón en su lugar, produciendo así el desplazamiento de gases), pasando por las cuerdas vocales y finalmente saliendo por la boca, dando la sensación de un "último suspiro".
Esto responde a la causa científica del aire que se aloja en la glotis (que se exhala al ser expuesta a la perforación).